(Imagen: Pont de la Concorde. París. Fuente: Silenos)
lunes, 31 de octubre de 2011
El ojo del puente
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Estampas
jueves, 27 de octubre de 2011
Stanislaw Lem y el lector inexistente

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Lecturas
sábado, 22 de octubre de 2011
viernes, 21 de octubre de 2011
Nieves Vázquez y la fórmula de la eficacia literaria

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Actos literarios,
Lecturas
domingo, 16 de octubre de 2011
Amistad y pintura en Benaocaz
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Artes
viernes, 14 de octubre de 2011
La mendacidad de octubre
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Reflexiones
domingo, 9 de octubre de 2011
Un microrrelato (con dedicatoria)

EL SUICIDIO
.....La causa de la muerte de Rogelio Pastrana fue el suicidio, mas no porque él hubiera resuelto, en plena cuarentena, poner fin a su existencia, sino porque vino a caerle encima un suicida. Nada extraño en aquel barrio de extramuros, donde cada cierto tiempo la desesperación, no pocas veces instilada en el veneno de la droga, empujaba un cuerpo al vacío. Rogelio había oído hablar de los suicidios de altura en los relatos de su madre, pero aquellas historias de perdedores no iban con él, que había logrado salir de allí, hacer carrera universitaria y vivir con holgura en un apartamento del centro aromado por jazmines.
.....En los días festivos Rogelio solía almorzar en casa de sus padres y, entrada la sobremesa, bajaba a comprar pasteles para la merienda. Aquel día, 1 de noviembre, era costumbre desde su infancia elegir coloridos huesos de santos.
.....Hacía calor, pese a la madurez del otoño, y una brisa racheada permitía barruntar levante antes de que acabara la jornada. Salió Rogelio a la calle y, al girar la esquina, se detuvo a contemplar el cartel de un comercio recién inaugurado. El suicida ya había dado el salto desde el noveno, dos pisos por encima de la casa natal de Rogelio.
.....Ningún testigo a aquella hora asomado en las ventanas o las terrazas, ni transeúnte alguno en la calle desierta. Nadie pudo ver al suicida frustrado ponerse en pie, incrédulo, y correr a ocultar su bochorno. La policía cubrió el cuerpo estrellado de Rogelio, se dio aviso al juez, que ordenó con hastío el levantamiento del cadáver, y el vecindario supo por sus padres que no podía haber sido desde su casa en el séptimo piso porque Rogelio había cerrado la puerta detrás de sus pasos para ir a comprar pasteles. Tal vez subió a la azotea. Quién lo diría. Cómo se guardaba su pena.
.....A Rogelio se le negó la tierra santa por suicida y dos meses más tarde, en mitad de un temporal de levante, vino a compartir su fosa profana el suicida vecino, que al fin había acertado de pleno.
Para Norberto Luis Romero
.....La causa de la muerte de Rogelio Pastrana fue el suicidio, mas no porque él hubiera resuelto, en plena cuarentena, poner fin a su existencia, sino porque vino a caerle encima un suicida. Nada extraño en aquel barrio de extramuros, donde cada cierto tiempo la desesperación, no pocas veces instilada en el veneno de la droga, empujaba un cuerpo al vacío. Rogelio había oído hablar de los suicidios de altura en los relatos de su madre, pero aquellas historias de perdedores no iban con él, que había logrado salir de allí, hacer carrera universitaria y vivir con holgura en un apartamento del centro aromado por jazmines.
.....En los días festivos Rogelio solía almorzar en casa de sus padres y, entrada la sobremesa, bajaba a comprar pasteles para la merienda. Aquel día, 1 de noviembre, era costumbre desde su infancia elegir coloridos huesos de santos.
.....Hacía calor, pese a la madurez del otoño, y una brisa racheada permitía barruntar levante antes de que acabara la jornada. Salió Rogelio a la calle y, al girar la esquina, se detuvo a contemplar el cartel de un comercio recién inaugurado. El suicida ya había dado el salto desde el noveno, dos pisos por encima de la casa natal de Rogelio.
.....Ningún testigo a aquella hora asomado en las ventanas o las terrazas, ni transeúnte alguno en la calle desierta. Nadie pudo ver al suicida frustrado ponerse en pie, incrédulo, y correr a ocultar su bochorno. La policía cubrió el cuerpo estrellado de Rogelio, se dio aviso al juez, que ordenó con hastío el levantamiento del cadáver, y el vecindario supo por sus padres que no podía haber sido desde su casa en el séptimo piso porque Rogelio había cerrado la puerta detrás de sus pasos para ir a comprar pasteles. Tal vez subió a la azotea. Quién lo diría. Cómo se guardaba su pena.
.....A Rogelio se le negó la tierra santa por suicida y dos meses más tarde, en mitad de un temporal de levante, vino a compartir su fosa profana el suicida vecino, que al fin había acertado de pleno.
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Microrrelatos
viernes, 7 de octubre de 2011
Nace una editorial en Cádiz
Os dejo un poema del libro:
PETROSELINUM CRISPUM
Podría participar en todo aliño
-lustrosas hojas en tres gajos dentados partidas,
y nervudos, angulosos, ramificados tallos-.
Se cuentan de mar y de monte, el oreoselino.
Se afirma de adorno o compostura excesiva.
Y honra a San Pancracio... el discreto perejil.
(Fotografía: Jesús Bablé, Patricia Marruffi y Mª. Ángeles Robles)
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jueves, 6 de octubre de 2011
Si hay que escribir, se escribe, pero escribir por escribir...
(San Miguel en plena acción. Esquina de un edificio
en la calle homónima. Cádiz. Fuente: Silenos)
en la calle homónima. Cádiz. Fuente: Silenos)
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Reflexiones
sábado, 1 de octubre de 2011
El delito de escribir un microrrelato
Siendo yo estudiante de Filología Clásica en la Universidad de Sevilla, me preguntó un familiar lejano qué cosa estaba estudiando. Temiendo que lo de "filología" solo le sonara al afilador de cuchillos y que el adjetivo "clásica" ni siquiera le sonara a música, le respondí: "latín y griego". Se quedó pensativo un instante y añadió: ¿Y para qué estudias una cosa que se habla tan lejos? Algo parecido sucede cuando se te acerca un conocido alérgico a la literatura y le dices que, de vez en cuando, escribes microrrelatos. ¿Microqué...? No censuro tal desconocimiento en el profano; lo que sí es un despropósito es que el amigo, conocido o colega ducho en letras te espete: "¿Microrrelatos? ¡Ah! Es una forma de perder el tiempo como cualquier otra." Mas a este mismo interlocutor no se le ocurriría pensar que escribir novelas es una forma de perder el tiempo como cualquier otra. Ya lo he dicho algunas veces: en la brevedad del microrrelato está su cruz. Quienes escribimos microrrelatos somos unos escritores vagos, que nos dedicamos a esos "primorcicos" porque somos incapaces de emprender aventuras literarias de más calado y peso. Curiosamente no he tenido esta impresión cuando mi respuesta a la pregunta de qué escribo ha sido "poesía". Ahí la gente suele guardar silencio, quizás respetuoso, no sé, como cuando el sacristán de Divinas palabras soltó la frase final en latín y los vecinos enmudecieron y cesaron en el acoso a la despendolada Mari-Gaila. Pese a que hay estudiosos, como Valls, Lagmanovich, Noguerol y Andres-Suárez que insisten en que grandes de la literatura como Kafka, Cortázar, Borges, Juan Ramón Jiménez, José María Merino, Mateo Díez... han escrito microrrelatos, ello no conlleva ni mucho menos un marchamo de prestigio para esta forma narrativa breve. Lo contrario le ocurrió al género paremiológico: fue tenido por "cosa baxa", impropia del buen cultivador de la literatura, hasta que Erasmo de Rotterdam publicó sus Adagios y dio timbre de nobleza a toda forma paremiológica. La autoridad del "Príncipe de los humanistas" fue determinante. Las cosas han cambiado mucho. Quizás hoy tendría que salir a escena un Pérez Reverte o una Rowling afirmando que escribe microrrelatos para que se disipara la sombra de sospecha que recae sobre nosotros.
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