
Bruselas está al alcance de la mano. Sólo 15 minutos en tren y ya paseas por la capital del reino. Un trayecto corto, pero suficiente para leer un relato magnífico de Albert Sánchez Piñol, "De chiquitín, tos de mastín; más adelante, pata de elefante", de su libro Trece tristres trances (cuando lo termine diré algo más sobre la impresión que me va dejando esta lectura). El centro turístico de Bruselas suele arder de gentío, pero esta manaña venía redoblado por causa del Brussels Marathon et Half Marathon. Como guardo buenos recuerdos de Les Marolles, he enfilado hacia el sur en busca de este barrio decadente. Igual que en El Rastro madrileño y en la Alameda de Hércules bética, los domingos hay mercadillo de baratijas y cachivaches en la Place du Jeu de Balle. Una cerveza sentado en una de las terrazas que miran a la plaza puede deparar sorpresas. A mi izquierda varios músicos callejeros tocan una música del diablo, un heavy metal más a lo bestia que debe de tener hartos a los vendedores ambulantes, porque, de cuando en cuando, alguno lanza al aire un exabrupto. Cuando por fin los chicos dejan de aporrear los bártulos sonoros, se me sienta a la derecha una señora que trae en las manos un bulto recién comprado. Lo coloca en el suelo y el objeto se mantiene de pie. Descubro asombrado que se trata de un zorro disecado, de medio metro de estatura, que se queda junto a la mesa sin rechistar, pero con las fauces abiertas. Los belgas tienen un amor a los animales que se prestaría a guasa en mi Cádiz natal. Esta vez era un zorro inanimado, pero en más de una ocasión he visto cómo un perro compartía mesa con su dueño en una cafetería, o asiento en el vagón de un tren. Lo mejor de todo es que este zorro, a pesar de ser horroroso, empieza a causar admiración. La mujer le hace fotografías con su móvil y varias personas se acercan a tocarlo entre sonrisas. La medalla se la lleva un hombre que le pide permiso para dejarse retratar abrazado al susodicho. Pensando de nuevo en la guasa gaditana, cambio de esquina y entro en la siempre recomendable taberna La Brocante, donde los domingos suele haber música en directo. Hoy, jazz. Batería, saxo y bajo animan el local donde se derrama la cerveza (ay, la cerveza belga, tentación que no conoció Cristo) y se vacían mejillones a dos manos. Además de la lluvia, otras amenazas se ciernen sobre la Place du Jeu de Belle. Me voy para volver.